CHANAL

Viajábamos a Chanal a una distancia de 38 km. de San Cristóbal. Antes de ir nos encontramos con Julio, un hombre de ese pueblo. Julio era un periodista y también un vocero de los zapatistas en el radio y las noticias.  Nació allá. Íbamos por colectivo público. Cuando llegamos allá, me di cuenta de que estaba bien tener a Julio con nosotros, si no, todo lo que veríamos sería un pobre pueblo de 5 mil personas. 

La pavimentación corta terminaba abruptamente a 20 ó 30 metros del centro de la plaza por todas partes. Allá empezaba el camino, una mezcla de tierra, rocas, barro y  estiércol.  Pronto el camino desaparecía convirtiéndose en una vereda derecho al horizonte y un parque para jugar con los perros, unos cerdos, unos pocos caballos y los niños.

En el centro de la plaza estaban plantados la iglesia y el edificio de gobierno, ambas construcciones deficientes en atractivo pero en buen estado. Julio chocó las manos de varios hombres cerca de la plaza. Él nos presentaba y contestábamos con el requisito "mucho gusto" o "igualmente". Ellos estaban inspeccionando a los turistas solos en el pueblito y Julio hacía las presentaciones obligatorias. Él consiguió el permiso silencioso para traer  a estos extranjeros con cámaras fotográficas por el pueblito. 

Yo sabía que no estaba supuesto tomar fotos aunque cuando pidiera a Julio sin duda diría "tómalas".  El cielo estaba lleno de nubes. Se sentía como una langosta alrededor del cuello. Todavía peor, miraba el camino cerca de mí y probaba descubrir la estética. Los niños pequeños que estaban jugando en las veredas, los chicos que estaban  volando sus cometas.  Pronto sentí los ojos aterrorizados de las mujeres. Agarraban a sus chicas de los caminos y cerraban sus verjas. Aprendí que los animales, los edificios y la tierra no habían temido de mi cámara.  La gente quería tener su dignidad.

Mis ojos giraron otra vez a las casas en una línea por la calle.  No estaban mucho para hablar pero tenían dignidad.  Las familias estaban juntas, los ojos mirando por la puerta.  Una cruz aguamarina a la izquierda de la puerta. Un color brillante aquí o allá y los cometas, volando sobre el pueblito y los caminos, las veredas de la tierra, las rocas, el barro y el estiércol con sólo el cielo más alto.

Mientras caminábamos por las calles muchas personas venían para decir "Hola" a Julio.  Cinco hombres estaban enojados y le querían hacer una entrevista, hacer una grabación.  Julio estuvo de acuerdo.  Dos hombres hablaban sobre el costo de la electricidad. Ellos eran gente pobre. 

Más tarde vimos al chamán del pueblito. Nos invitó a su oficina, llena con su cama y su mesa.  Mudó la mesa afuera en la calle para hacer espacio para nosotros.  Nos sentamos en cuclillas en frente del altar; los fotos de Jesús y María precidiendo sobre animales mayas: el jaguar, el caballo, una cabra... coronado por una botella de coca cola.  En secreto todavía esperaba que mantuvieran el espíritu de coca en México.

De cualquier manera yo era el centro aquí.  El chamán quería comunicar que trabajaba para comprender mi español, yo tenía bastante curiosidad por explorar la oportunidad.

Hablábamos de su trabajo, de la diferencia entre el trabajo de un chamán y una hierbera. También de cómo el trabajo va por herencia de una generación a otra. Hizo un rito sobre mí con incienso y usaba sus dedos en mi mano para sentir la energía de mi vida.

¡No sorpresas! Estoy interesado en la cultura maya y tengo energía de mucha fuerza en mi vida. Doy un poco de mi energía a él con una propina de cien pesos - una cantidad igual a uno o dos meses de ser un chamán -.  Esa noche el chamán bailó. 

El pueblito y Julio dejaron una memoria en las líneas de mi vida.

Carl Wolpin

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