LOS CAMINOS QUE CAMINAMOS.

Un día temprano en los idus de marzo, se levantó Marcos como de costumbre al alba para ir a hacer jogging. El jogging era su pasión. Le fortalecía a él el sentimiento de acercarse poco a poco a la libertad con cada paso que da, mirando el mundo mientras se le pasa. Le liberaba, le conmovía, le calmaba – este tipo de sentimiento. Antes de salir Marcos se estiró, se preparó mentalmente para el jog y se puso a correr. Mientras corría, notó el escenario de sus ambientes fugaces que culebreaban con el acero de su camino. Notó los automóviles que le pasaban y  los edificios derruidos que ahora sólo existen para marcar los lugares donde en algún momento edificios que valían mencionar estaban ubicados. Mientras que corría estos espectáculos fue disminuyéndose y por fin desaparecieron tras sus pasos. De repente, Marcos oyó la voz de un hombre. No era una voz fornida sino más bronca, tal voz de un hombre entrado en años; quizás 20 años mayor que él:

¿Hasta dónde correrás, joven?

Marcos no echó ni un vistazo al viejo corredor para averiguar ni reconocer la existencia de su acompañante. Sólo respondió.

- Hasta que el camino termine.
- El camino nunca termina, joven. Aún en México, no. – respondió francamente el viejo.
- ¡Oye!, ¿Por qué te acercas tanto? Pareces muy cerca. – preguntó Marcos.
- ¿Cómo? ¿No sabes? Como es costumbre, los mexicanos platican pegados unos con otros. – exclamó el señor.

Con ganas de alejarse del viejo, Marcos aceleró y continuó corriendo hasta que todo estaba quieto. Ahora Marcos se encontró rodeado de un césped ancho lleno de árboles con un pasadizo de ladrillos que conducía por el parque con asientos en ambos lados para los que de vez en cuando se encontraban rendido de cansancio. Por unos minutos, sólo se escucharon los ruidos de la naturaleza y de los pajaritos que amanecen a estas horas. No poco después sonó la voz del viejo:

- ¿Por qué insistes en dejarme, rechazarme, e irte de mí? Yo no soy tu enemigo.
- Entonces ¿Quién lo es? – preguntó Marcos a regañadientes.
- El camino…Como en el que estás corriendo, como una corretiza. – respondió él.
- ¿Y el destino? – preguntó Marcos con aún más reticencia.
- Depende del camino, y de los que te acompañan a lo largo de él.
- ¿Por qué me dices estas cosas, eh?
- Porque a mí también me gusta correr. Atreverme a correr las lomas que lleva la vida, para llegar al fin.

Marcos continuó hacia el fin del parque donde había un espectáculo de la ciudad y el sol naciente del día nuevo y se detuvo. Se volteó para ver a la cara de su acompañante no deseado sólo para descubrir que no estaba. De hecho, los pasos que oía Marcos parecían desaparecerse gradualmente al entrar en la brilla de este sol naciente. ¿Estaba ahí este hombre? Quizás, pero ya no. 

Travers Brown II
Kentucky Wesleyan College
KIIS–Spanish 376: Literature and Culture of Latin America

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