AMERICAN GOTHIC


Para pagar sus estudios de medicina, mi esposo pactó con el Servicio de Salud Pública para servir un año en un lugar que necesitaba servicios médicos por cada año de escuela que pagó el gobierno. En vez de endeudarnos con miles de dólares y porque nos acordamos de los principios de la organización, elegimos esa opción aunque nos dimos cuenta de no íbamos a tener ninguna parte en la decisión donde íbamos a llegar.

La mayoría de los lugares estaban muy retirados como las reservas de los indígenas norteamericanos en estados como Dakota del Norte o en puebluchos de Texas, básicamente sitios despreciados sobre todo por una snob de la costa este que en aquel entonces yo era, sin nada de vergüenza.

Así que, nos enfrentamos con ir a unos de esos lugares, lo que era casi inevitable. Cuando supimos que nuestro destino iba a ser un pueblito en el oeste del estado de Maryland estábamos muy emocionados y felices. Por lo menos era en Maryland, el estado donde yo crecí aunque era en la ciudad más grande, Baltimore, e iba a ser nada más que tres años, lo que sería un buen tiempo para tener a mis hijos antes de que regresáramos a la “civilización”.

Un sábado en febrero de 1987, fuimos de Filadelfia (donde estábamos viviendo) para ver casas en Hagerstown con una agente de bienes raíces. Al final de un día largo, después de haber visto varias casas, llegamos a la última a eso de las 4:30 pm cuando ya empezó a bajar el sol. En el crepúsculo nos presentó una casa blanca, de madera, del estilo gótico rural que me recordó inmediatamente la casa icónica en el cuadro famoso por Grant Wood, “ American Gothic”. Perdiendo las ganas le dije a mi esposo Andrés: “ Ya vamos a dejar esto y marcharnos a Filadelfia pronto” mientras andábamos por la mezcla de lodo y nieve derretida rumbo al la puerta. Pasamos rápidamente por el primer plano y acabamos de subir los escalones empinados (que estaban cubiertos con una asquerosa alfombra de color ácido verde), para cumplir el recorrido obligatorio del segundo piso cuando se abrió la puerta del baño.

En seguida, el pasillo se llenó con una bruma por el escape del vapor del baño sobrecaliente y húmedo y el olor de champús y jabones frutales saturaban el aire. Al mismo tiempo salió de ese baño anieblado un animal indistinguible que parecía de la familia del hurón, corriendo como un rayo a toda velocidad acompañado por las llamadas de la dueña diciendo: ”Ven bebe, ven”, con un tono nasal y agudo. Ese asunto fue toda la evidencia que necesitaba para convencerme de que este pueblo no era para mí.

Sin pensar, me lancé bajando las escaleras escarpadas aun más rápido que la comadreja directamente hasta el coche donde esperé a mi esposo.

Laura Ramos

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